Acabo de leer este artículo de opinión y aunque me había prometido a mi mismo no dedicar palabras a la crisis, pues muchos otros las han dedicado ya y seguramente con más acierto que yo, voy a quebrar mi promesa autoimpuesta.
Y lo voy a hacer diciendo que la crisis, la auténtica y genuina, como digo en el titular, es nuestra. Tuya que me lees, mía que escribo, y también de tu vecino, de mi primo, de tu amigo el del cuarto, de mis padres y de tus hermanos. La crisis, la de verdad, es la de la gente corriente. Por eso, al leer titulares como los del artículo de opinión, me siento entre frustrado y molesto, porque a estas alturas de la película, todavía me da la sensación que hay un cierto pensamiento instaurado en la colectividad por el que la crisis es una, y que los mismos señores que nos llevaron a ella, nos van a sacar. Si eres de los que piensa así, lamento decirte que no va a ser así y te invito a seguir leyendo para que entiendas algo muy importante: la crisis no es una. La crisis son varias y cada una tiene sus actores.
Por eso nuestra crisis, la verdadera, no es ni de Aznar, ni de González, ni de Zapatero, ni de Rajoy, ni de ningún otro nombre, conocido o desconocido para nosotros, de los que pululan entre la élite internacional. Ninguno de esos nombres reconocería la crisis, la autentica, ni aunque le estuviese pegando bocados en el culo. Para ellos, la palabra crisis es un concepto abstracto y difuso. Son unas gráficas que hacen justo lo contrario que esperarían que hiciesen; en vez de subir, bajan; o en vez de bajar, suben. Para ellos, la palabra crisis es un indicador que en vez de +0,8 dice -0,4. Todo lo más, la mirada desairada que le reprocha, sin palabras, durante una reunión de altos vuelos que un dato no es el que debería ser. Quizá una algarabía que los vocifera al otro lado de un cordón de seguridad. Llegados al sumum del sufrimiento, el titular de un periódico internacional que los pone a caer de un burro.
Por eso nuestra crisis, la verdadera, no es ni de Aznar, ni de González, ni de Zapatero, ni de Rajoy, ni de ningún otro nombre, conocido o desconocido para nosotros, de los que pululan entre la élite internacional. Ninguno de esos nombres reconocería la crisis, la autentica, ni aunque le estuviese pegando bocados en el culo. Para ellos, la palabra crisis es un concepto abstracto y difuso. Son unas gráficas que hacen justo lo contrario que esperarían que hiciesen; en vez de subir, bajan; o en vez de bajar, suben. Para ellos, la palabra crisis es un indicador que en vez de +0,8 dice -0,4. Todo lo más, la mirada desairada que le reprocha, sin palabras, durante una reunión de altos vuelos que un dato no es el que debería ser. Quizá una algarabía que los vocifera al otro lado de un cordón de seguridad. Llegados al sumum del sufrimiento, el titular de un periódico internacional que los pone a caer de un burro.
¡Esa es su crisis! Y esa crisis no se parece en nada a la nuestra. Después de ver ese gráfico, de ver ese indicador, de contemplar esa mirada de reproche, se suben en sus coches de lujo y vuelan en sus aviones rumbo a su cálido hogar, donde la crisis no llegó, ni se la espera. Donde el tiempo se pasa con diez mil al mes y sus preocupaciones cotidianas es saber si veranearán en yate o en isla, o si a los niños se los aceptarán en el máster de Yale o tendrán que conformarse con uno de la populosa UCLA.
Y es de esta imagen de jets, yates y masters privados, de la que obtengo el convencimiento de la futilidad de planteamientos como los que me temo todavía persisten en la mente de algunos ciudadanos, pues en ellos todavía parece que existe el convencimiento, a mi entender totalmente vano, que esas personas, esas élites del mundo, nos van a sacar a nosotros de nuestra crisis, es decir, de la verdadera.
Porque la crisis de verdad no son gráficas que suben o que bajan, no son indicadores que en vez de 0,8 dicen -0,4. La crisis, la que sentimos en el cogote las personas corrientes, es la que impide llegar a fin de mes; es la que hace comer arroz y pasta con tomate 6 días a la semana; es la que hace que familias le tengan que explicar a sus hijos que este año no van a tener ningún regalo porque se ha tenido que gastar en pagar el comedor y el transporte escolar; es la que hace que hermanos solteros hayan tenido que volver a vivir con los padres para cuidarlos porque estos no pueden acceder a la asistencia pública.... Esa es la crisis de verdad.
Porque la crisis de verdad no son gráficas que suben o que bajan, no son indicadores que en vez de 0,8 dicen -0,4. La crisis, la que sentimos en el cogote las personas corrientes, es la que impide llegar a fin de mes; es la que hace comer arroz y pasta con tomate 6 días a la semana; es la que hace que familias le tengan que explicar a sus hijos que este año no van a tener ningún regalo porque se ha tenido que gastar en pagar el comedor y el transporte escolar; es la que hace que hermanos solteros hayan tenido que volver a vivir con los padres para cuidarlos porque estos no pueden acceder a la asistencia pública.... Esa es la crisis de verdad.
Y a esos señores que vuelan en jet privado, tu crisis y la mía, les importa un auténtico carajo. Su crisis acabará en el mismo momento que el indicador y la gráfica de turno digan lo que otros como ellos esperan que ese indicador diga. Y cuando su crisis se acabe, les seguirá sin importar absolutamente nada que tras su paso tú tengas que pagar medicamentos, tu primo cobre 400€ al mes por trabajar 6 horas al día, que tus padres dependan de tu ayuda para tener una calidad de vida digna, o que tengas que pagar una sanidad que antes era gratuita.
Por todo esto, creo que es momento de que como ciudadanos, todos sin excepción, aceptemos que la crisis, la de verdad, es nuestra y que solamente nosotros vamos a poder salir de ella. Porque mientras no la sintamos, repito todos sin excepción, como algo nuestro, mientras existan ciudadanos que esperen que las élites nos saquen de ella porque es su responsabilidad, seguiremos en crisis, incluso profundizaremos en ella.
Es muy urgente ponernos de acuerdo para arrojar a esas élites fuera de los poderes públicos que detentan directa o indirectamente y a los que se aferran con uñas y dientes. Porque hasta que no se recupere para la ciudadanía el poder de los estamentos públicos, no se podrá conseguir que se gobierne y se legisle para poner fin, ante todo y por encima de todo, a nuestra crisis y no a la suya.
También es el momento de que como ciudadanos hagamos todo lo que podamos por otras personas como nosotros. Empezando por algo tan simple como transmitir la importancia y la urgencia de este mensaje a todos los que no lo han interiorizado. Esto no es un problema de colores políticos, es un problema de clases. Es una lucha de intereses de clase, donde una minúscula minoría está imponiendo sus intereses a una amplia mayoría.
Y compartir. Compartir todo lo que tengamos y sea prescindible: comida, ropa, libros... Es esencial que los ciudadanos vivamos más que nunca en comunidad, que volvamos a afianzar culturas de barrio y de vecindad que los tiempos de bonanza arrastraron a un segundo plano, porque aunque recuperemos el poder para la ciudadanía, muchos necesitan la ayuda aquí y ahora.
Es posible que como individuos no podamos hacer mucho, pero juntos, ya se ha demostrado en muchas ocasiones, que se pueden cambiar muchas cosas.
Por todo esto, creo que es momento de que como ciudadanos, todos sin excepción, aceptemos que la crisis, la de verdad, es nuestra y que solamente nosotros vamos a poder salir de ella. Porque mientras no la sintamos, repito todos sin excepción, como algo nuestro, mientras existan ciudadanos que esperen que las élites nos saquen de ella porque es su responsabilidad, seguiremos en crisis, incluso profundizaremos en ella.
Es muy urgente ponernos de acuerdo para arrojar a esas élites fuera de los poderes públicos que detentan directa o indirectamente y a los que se aferran con uñas y dientes. Porque hasta que no se recupere para la ciudadanía el poder de los estamentos públicos, no se podrá conseguir que se gobierne y se legisle para poner fin, ante todo y por encima de todo, a nuestra crisis y no a la suya.
También es el momento de que como ciudadanos hagamos todo lo que podamos por otras personas como nosotros. Empezando por algo tan simple como transmitir la importancia y la urgencia de este mensaje a todos los que no lo han interiorizado. Esto no es un problema de colores políticos, es un problema de clases. Es una lucha de intereses de clase, donde una minúscula minoría está imponiendo sus intereses a una amplia mayoría.
Y compartir. Compartir todo lo que tengamos y sea prescindible: comida, ropa, libros... Es esencial que los ciudadanos vivamos más que nunca en comunidad, que volvamos a afianzar culturas de barrio y de vecindad que los tiempos de bonanza arrastraron a un segundo plano, porque aunque recuperemos el poder para la ciudadanía, muchos necesitan la ayuda aquí y ahora.
Es posible que como individuos no podamos hacer mucho, pero juntos, ya se ha demostrado en muchas ocasiones, que se pueden cambiar muchas cosas.
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